En esto cinco años, los Talleres Moda y Pueblo bajo la Dirección de Diego Ramírez, han ido consolidando una política de la escritura, un gesto que se instala con propiedad y fortaleza generando espacios comunes entre los jóvenes, chicos y chicas que necesitan unirse a otros en sus escrituras, o diluirse en lo colectivo para expresar sus afectos.
Moda y Pueblo inauguró en todos estos años un espacio donde se trabaja el proceso completo de hacer libros. Desde su concepción, el intenso trabajo de escrituras y producción de textos, hasta el producto final. Son libros hechos a base de fotocopias y corcheteras, que fluirán por un mercado “no oficial”, vendidos a muy bajo precio. Impresionan las portadas de sumatorias y recortes; telas, cueros, pieles, plásticos; de los más diversos materiales. Otras, utilizan la fotografía, como imágenes y signos que atraviesan una memoria colectiva. Libros como objetos de arte, que, a la vez, incluyen un objeto de consumo, operando como fetiches de culto, más allá del mercado, los que al final de todo este proceso serán instalados en la escena social y política.
Hay quienes piensan que en este país se publica demasiado y que los textos muchas veces no están maduros, que no son lo suficientemente buenos, o que solo tienen una que otra frasecita. No estoy de acuerdo. Las palabras nos pertenecen a todos. Estoy convencida de que la proliferación de textos siempre es mejor y nos hace bien. Por otra parte, en estos libros no está implícito el éxito fácil, tampoco las competencias literarias, despiadadas o no, con otros lugares de las letras chilenas.
Estos libros recogen un proceso que extrema sus gestos creativos hacia el inicio de un nuevo trabajo, una publicación de autor, un Primer Libro que no será un libro como todos, sino un objeto creado de principio a fin a punta de materiales seleccionados y trabajados en el taller por cada uno de sus autores. El libro es un resultado concreto, dado a luz como acontecimiento social, reuniendo así a escritores, poetas, amigos, padres y madres, amores. Son primeros libros, acunados como primogénitos, porque en ellos habitan palabras valientes y experiencias valiosas, de jóvenes que han optado por la letra y que seguirán puliendo y trabajando sus escrituras hasta hacerlas estallar de contenidos rebeldes.
Lejos de los modelos que conocemos, Diego Ramírez construye junto a sus alumnos. Se aprende de los demás. Lo central es el colectivo, y lo que allí sucede tiene que ver con abrirse a una experiencia donde se comparte la vida, los intereses, las emociones. Los talleres funcionan en la “Carnicería Punk”, ubicada en un conjunto de vivienda social del centro de Santiago. Una carnicería de barrio, en que, sin alterar su estética, ni estructura, opera el taller.
Todo este trabajo persistente, activo y creativo, ha convertido al taller en un Centro Cultural Independiente. Un territorio que deviene en espacio de deseo inyectado en la infraestructura productiva, hacia la política de la experiencia, con potencia suficiente para que, en su agitación discreta, se transforme en tormenta.
Allí donde la letra busca dar a luz, a fuerza del cariño, es posible ver como las palabras se hacen y deshacen en las precipitadas bocas de sus creadores. Muchas veces a pulso, contra la dificultad, develando sus espacios secretos. Sus hablas citan espacios de abandonos, discriminaciones, amores adolescentes, fragilidades, dando forma a lo que es real, inscribiendo emociones y deseos para construir sus resistencias. Desde las palabras se piensa y se construye el mundo. Es la apuesta que Diego hace, incitando a sus alumnos a inscribir sus miedos, en la ceguera, contra las torpezas de la mano, a punta de rigor y amor al oficio, porque la escritura duele y porque siempre será una apuesta y un gesto político.
En esta celebración opté por no hablar de los libros publicados por los Talleres Moda y Pueblo, son tantos, que no sería justo mencionar unos y olvidar otros. Hablaré de Moda y Pueblo no como un mero taller literario, sino como gesto político, construcción política de producción cultural, una máquina social de lengua y escritura. Un proceso productivo que va desde el cero absoluto hacia un objeto cargado por las sucesivas maquinarias que lo van llenando de flujos y de materialidades que soportan la poesía.
Durante estos cinco años de historia y complementando los procesos de creación Moda y Pueblo, realiza diversas intervenciones urbanas, para instalar en el espacio público citas y homenajes de autores. En “¿Quieres hacerme ver el Cielo?” Homenaje a Cecilia Vicuña, con lanas de color rojo se acordonaron calles específicas del centro de Santiago definiendo una ruta. Otras veces, las instalaciones operan dejando sus marcas en la ciudad señalando zonas específicas, para activar el interés de gente común. En “Periferia”, se interviene el Puente Kennedy con una instalación de bolsitas de té, de marca muy barata y de consumo popular, provocando la mirada de los transeúntes. En las bolsitas de té que cuelgan del puente hay rigor, método, y una estructura sistemática. Así, Moda y Pueblo, ha ido configurando ese cuerpo otro, un cuerpo que no olvida. En “Morir de Amor”, otra de sus instalaciones, en las afueras del Hospital Félix Bulnes, una gran cantidad de bolsitas plásticas con leche cuelgan de las rejas de acceso al hospital.
En "Todas íbamos a ser Reinas", a partir del poema de Gabriela Mistral, Diego Ramírez trabajó con sus alumnos del Taller de Balmaceda Arte Joven. Los chicos y chicas ocuparon el frontis de la Biblioteca Nacional, usando coronas de papel haciendo preguntas a la gente que circulaba. Diego produce diálogos y nuevos desplazamientos literarios, establece cruces entre jóvenes creadores, muchas veces marginados y que en el colectivo logran una pertenencia.
Destaco por último una intervención en las afueras de la Feria del Libro de la Estación Mapocho, el 2010, en que un lienzo de papel kraft atraviesa a una altura más humana el gran lienzo de la Feria Internacional del Libro de Santiago con el texto “Que no se note pobreza”, allí, se regalaban poemas a la gente que no asistía a la feria por desinterés o porque simplemente no puede pagar una entrada.
Los grupos humanos tienen sus fuertes intercambios. Es en los grupos humanos que la gente aprende, yo he visto a los Moda y Pueblo trabajar juntos. Fui invitada varias veces a los talleres y créanme, nadie está a la cabeza salvo Diego Ramírez, pude comprobarlo. No vi disputas por el poder, ni encuentros desagradables, porque allí se construye desde la ternura un espacio de todos. Muchas veces, nos fuimos de carrete todos juntos. Otras nos distanciamos cuando el trabajo apremia y ya no queda ni un minuto para verse, pero un pedazo de mi corazón siempre ha estado puesto en este lugar donde aprendí de las risas y los miedos a conocer personas que se vuelven extraordinarias. Se aprende de la imperfección, solo así es posible construir algo. Del error se aprende y de atreverse a nombrar las cosas.
Tantas veces nos encontramos con personas y nos contamos cosas, pero tantas veces el desinterés se nota en el aire, las sacadas de cuenta, las conveniencias, las desconfianzas. En un país tan pequeño, es lo que acostumbramos a hacer. Vernos entre los pares y sentirnos en un espacio de fragilidad. Es lo que el mercado nos enseña, lo que aprendimos durante todos estos años, a relacionarnos como productos mercantiles, hablo por mi, nada tiene que ver con Diego. Porque él sabía algo de mi, y yo algo de él. Nuestra relación nació de ese cruce de fronteras. Edad, sexo, lugar, miradas políticas, fue el relato de experiencias entre dos desconocidos que en un corto viaje consuman una forma íntima.
Quisiera imaginar ahora, bajo este gobierno de derecha, neoliberal extremo, que arrasa con las personas para sumergirnos aun más en la banalidad, que esta iniciativa se multiplica, convencida que desde su enunciado, el Colectivo de Arte Moda y Pueblo, seguirá creciendo y desarrollando estos espacios indispensables, sobre todo ahora, en plena crisis de las instituciones y de los partidos políticos, en medio de las marchas estudiantiles y de la agitación popular.
Eugenia Prado Bassi, diciembre de 2012.
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