Recibidos encantos hizo nítidos de aprendiz, placer que oprimía sus carnes rubor de resignación. Mezcla asfixiante de padre herido, de hembra ausente, apenas naufragado testigo de acordes y panfletos sedientos de palabras. Arrugada la piel de alucinar, goza la carne y se descubre pétalo, explorando tantos como cuantos placer quisiera. Gimen sus ideas de mal nacida y de madre la vergüenza, perfumada de ganas, coronada de dolencias, toda ella, la arrepentida, arraigada de espejos, excesiva de calles –nadie dijera– sonrojada de maquillajes. Satisfaciendo perfumes grita, cuando del silencio añoraba la cordura de sus faltas, desquiciada obsesión de pómulos marcando heridas enfrentando desde el vientre, brazos y piernas de sedienta y abnegada su resignación. Sueños de paisajes muertos, escondidos y tenaces, criatura antojadiza vaciada de disturbios, retocando sus prendas de luto. Dulces noches escurridas desde los párpados –me dice– siendo acabarse mil noches, en tanto durara aquello de seguir deseando.
(fragmento).
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