Sunday, November 04, 2007

Objetos del silencio, Editorial Cuarto Propio






La escritura de Eugenia Prado habla desde la imposibilidad de la palabra. La palabra cercada, todos estos secretos de infancia son una historia apenas revelada por la confesión, la letra, el epistolario familiar, por el desborde de la escritura. En contraposición a ese no decir, aparece esta revelación que nombra estos "pequeños cuerpos habitados por una lengua", que se atreve a nombrar desde la multiplicidad de voces y sujetos que entrecruzan e intervienen el discurso de lo silenciado. Aquí aparece la denuncia y el arrojo de trazar esas declaraciones sobre los márgenes de la palabra y por sobre la clausura de estas bocas, rescatadas por la autora desde su propio registro y que operan como marca, como una cicatriz permanente del recuerdo, articulando un testimonio desde el amor y desde el miedo. Los "aterradores objetos" de esta novela están inscritos desde el reclamo del cuerpo amordazado por la histeria del deseo. "¿Qué haces que siento que me muero?" de ese amor (terrible) que debe habituarse al encierro. Los primeros deseos que crecen en ausencia de las madres, en ausencia de la autoridad que castiga. En este libro, todos son víctimas y cómplices, todos están instalados como resistencia contra el horror de volver a enmudecer. La novelística arriesgada de Eugenia Prado desafía todas las formas de género al plasmarse en fragmentos de poesía, documentos, bibliografía, discursos; exigiéndonos una lectura desde esa deconstrucción, para poder dimensionar la significancia radical y la inscripción estética de esta propuesta / Por
Diego Ramírez, poeta.




Objetos del silencio / 2007
(fragmentos)


—el hermano menor—

Qué me haces que siento que me muero…
a mis nueve, tú tenías once, eras de los hermanos el mayor.

¿qué me haces, que siento que me muero? que me agoto y ya no puedo levantarme y la luz de la mañana me encandila y me pone tan triste, ¿qué me haces, cuando éramos tan niños? ¿por qué me duele ahora la idea que me sitúa como presa única de tus movimientos feroces?, ¿por qué me besas?, me besas tanto, ¿por qué lo haces con tanta insistencia? ¿por qué me tocas?, me chupas tanto, que casi me gusta cuando lo haces y la costumbre a tus hábitos me obliga a soñarte, te sueño en pesadillas con los ojos brillantes, repasando cada movimiento que me vulgariza de tu hostilidad, ahora de crecido entiendo lo que hacías, sé que poco a poco fuiste poniéndome todo esto en la cabeza, aún así te atreves a negarnos, niegas el placer del primer día, de nuestro primer día, y yo sin poder entender cómo podrías no privilegiar entre tus recuerdos el momento exacto de ese día, cuando tú y yo, atrapados frente al espejo, enceguecíamos bajo la fuerza de extrañas imágenes, pero todo cambió de un momento a otro y pude ver cómo te instalabas en mí con inesperada certeza, me revelaste el secreto de la verdadera fuerza, ese primer día, tú y yo nacíamos para la vida, descubriendo sueños que revolotearon en nuestras cabezas, sueños de cuerpos conmovidos, anticipando los deseos que dibujarían el cómo iría dándose todo entre nosotros, pronto nos amamos sin escape, confundidos y desnudos, repletos y cercados, nuestros cuerpos crecieron, mas uno siempre escapaba indistintamente bajo el consentimiento de una suerte de misterio, como si los ángeles del cielo hubiesen advertido nuestro intenso amor en el acecho de las pupilas dilatadas del que escapa, el espacio de la infancia se hizo sofocante cuando apareció definitiva y rotunda la presencia de nuestra madre, nuestro inmenso amor, amparado bajo sus miradas y todos mis recuerdos de cuando no peleábamos, cuando nunca lo hacíamos, al ver a nuestra madre, toda ella, sonreír, fuimos creciendo, descubrí que lo que hacíamos te avergonzaba, y yo, de pudores me ponía triste y tan perdido, tú me habías iniciado y eras tú quien anteponía semejante distancia, ¿te avergüenzo? ¿te avergüenzo de mis sueños? ¿te avergüenzan estos sueños míos? aún cuando por las noches sigo el movimiento de tus labios que chupan sin tregua, cuando exhausto y sin deseos trato de quitarme la dureza y que se calme, que se me calme la dureza de ahí abajo, cuando con enorme furia chupas el músculo atrapado por tus labios, sé que todos mis sueños ahora te avergüenzan, mis labios chupan, mi boca, puedo verte huidizo resbalar adentro de mi boca, y me gritas que siga, que lo haga más rápido, y yo, no pudiendo contener la respiración agitada, voluptuosos ardemos y el deseo nos estalla, intento quedarme quieto, espero con horror la proximidad de otro de tus estallidos, tiemblo, te estremeces, nuestra infancia toda, colmada de placer, nos hará florecer, sólo tú me importas, digo, cuando me atrapas nuevamente, y en silencio me someto no sabiendo adónde avanzar, cuando cerrados los labios niegan el deseo que arde en tu boca, opuestamente me obligo y te chupo entero, cuando tú, no contento con nuestros desórdenes, vuelves sobre mí otra vez, sobre mí, una y otra vez, cuando mi madre no está y yo tengo tanto miedo de la reiterada insistencia con que me mojas, dependo, ambos dependemos de tu astucia, insaciables nuestras sensaciones se inflaman, y tú me dices que qué tiene de malo, que somos iguales, que somos hermanos y que con una vez no pasa nada, nada, juras momentos antes de dejarme repleto, luego, una vez más la distancia que me obligará a ti otra vez, y sabes que hasta me gusta cuando te pones encima mío, y empieza a gustarme cuando casi no tengo otro recuerdo más que tú, abalanzado con los labios sobre mi músculo quieto, mojado, entero mojado, el músculo mío cuando a la vez te mojo, y nos hacemos uno cuando me vuelves a asegurar que no pasa nada, bajo promesa de este pacto siniestro, y yo entonces sin poder parar cuando no me gusta porque aprendo tan rápido tus enseñanzas, entonces mi risa crece cuando tengo tanto miedo de que puedas descontrolarte, y de crecido me mojo del recuerdo de tu mirada sobre mí, hostil, cuando me dices hazlo, chúpame despacio, vamos, insistes, me violentas, sinvergüenza, dices, cuando ya me gusta, entonces sueño y en mis sueños tú y yo nos ponemos ardientes, violentos y repletos nos inundamos, arrastrándonos como animales, jalas fuerte de mi pelo, acércate, me dices, cuando a golpes sometes mi carne húmeda, si no te va a doler, cuando sobre mí jadeas, y entre los gemidos buscas, sólo un poco más, te refriegas, y se me endurece tanto que hasta puedo sentir tu furia como un dolor enorme que crece con tu insistencia…


Criaturas de Dios “Objetos del Silencio” / novela

Algo más crecidos, juegan los niños sus experimentos. Despierta el más pequeño sus excitados juegos, las nuevas formas, los descubrimientos. Amanecidos los graves apetitos el mayor tarda. Duerme. Traspasar distancias. Desde lejos. Gruñidas sus doloridas ganas, su furia avanza. Entonces, empujar las ropas y salir furioso. Cama abajo y desgreñado. Enloquece. Muy noche, un cachorro corre y con apenas verlo se revuelca. Salta. Ladra, sus esforzados pelos, sus maliciosas ganas. Correr descalzo los sofisticados hábitos, cuando él, su furia empuja, patea y jala. Tiembla su placer largo, lento, y le pide sus perdones. Entonces, las estimulantes cercanías, los gemidos sordos, cuando excitados muerden, corren y hasta se revuelcan. Agitadas las orejas el cachorro amansa sus ladridos. Abiertas sus patas se resfriega y le pide sus caricias. Desatados los movimientos disfrutan a tirones. Entrecortadas risas, y otra vez el animal gimiéndole de vuelta. Las esparcidas ganas. Su fina raza. Agitado el amo de gemir sus babas. Se moja. Lame los enmarañados pelos avanzados de experiencias. Al escuchar los gritos el mayor despierta. Sale. Se arrima. Morder felices. Suavemente revolcarse de juegos encendidos y de olores sofocantes. Perturbados crecen. Contagiados de gritos y gemidos el animal muerde, lame, sus manchados cuerpos.