Saturday, July 01, 2006

El Cofre


Ediciones Caja Negra, 1987. El Cofre, primer libro de Eugenia Prado, emerge como una incitación a internarse en un jeroglífico o en un laberinto perversamente estructurado y regido por una sexualidad que no evade ningún cuerpo en su relato, saciándose, para encontrar finalmente su propia carne, disgregada, atomizada y latiendo en cada una de sus partículas. Así, atentando contra una escritura/lectura lineal y burlándose del estereotipo de los géneros literarios, se abre aquí una zona que barroca, libera deseo de escritura y hambre voraz por la palabra. El hambre y la sed, el excesivo tabaquismo, traspasa esta obra nueva, que auspiciosamente se inscribe con su palabra en la palabra. Diamela Eltit





El cofre / 1987
(fragmentos)


Diez años, un hombre mayor habita en igualdad a todo recuerdo, oprime al cráneo en la aspereza de sus manos llenas de carne y voluptuosidad, su piel, nunca fría, despierta al candor adolescente de sus primeros intentos, sus manos, más aún que el candor que sugieren, son muchas veces dolorosas, se le presentan inquisidoras al golpe, pero place al dolor la piel en rebeldía, oprime al rubor en tanto blasfema, no aparece otro recuerdo, más bien la piel arrugada de una alucinación, cada arruga cana al tiempo en sus caricias, pero de tantos años pesa el cansancio en los ojos de esperma seca, no en la conclusión tibia del vientre primero, porque abriéndose en la herida de los labios, supurando expulsiones como de vómito gime en venganza a la oscuridad de su carne mal nacida dispuesta su resignación, no fue a bien aceptarla, por eso recoge su vergüenza, al verse en calco de aquel hombre, golpea en la madre por su belleza, la martiriza por la sensualidad de su maquillaje y la sonroja, ella, fiel retrato en cristales de plata, inmortal, desfasada de épocas, pese a las dolencias que genera, coronada toda ella eternidad, no la arrepentida, no la mártir, lleva en cruz el goce a los placeres de la carne viva, apretándose en las nalgas. Será acaso en calco mala copia al hombre, o es que hubo deseado serle en parecido en aquello de placer, tantos como cuantos quisiera y martirizarlo siendo doblemente pecadora, hija y hembra igualmente perversas. Lo hubiera llamado pétalo y caería alas abajo y como quiera que se le llamara, pero si dijera espina, brotaría de su cuerpo sangre, gimiendo al sello de la carne. Por eso debe remitirse en el primer pasado, explorar sólo en ello, las manos y los contorneados senos, en el pezón que se aleja de la boca a pesar de ser un desarticulado e incómodo montón de carne, incapaz de apelar por sus derechos, desde los labios indefensa y a la vez cautiva, de una humanidad recelosa. Catorce años ha muerto, desaparece la familia, pero se sabe de una fecha anterior aún menos exacta, la continuidad aparece como triunfo, ella repite y le hace de cobijo, lo ausculta, él se entrega, entre malos pensamientos se rozan, él insinúa pasión, ella copia las palabras de su boca y tienta. Por las noches sueña con abiertas las piernas, da de vueltas en la cama. Toda ella se encabrita y se refriega una y otra pierna para aturdirlo con sus encantos. Sabe a licor, sabe a negación el placer de un cigarrillo prohibido, a su vuelta por las noches se le acerca hasta la altura de los labios buscando oler su aliento, comprobar rastros de mala acción o palabras, se justifica, indagando pensamientos, disparatados los recuerdos se inte-rrumpen, avanzan.

Permiso —dice llegando— y saca un pedazo del pétalo, revolcándolo hasta caer, desde mucho antes podríamos habernos naufragado, pero satisfacía aquel reflejo primero del encuentro, y luego de oler sus perfumes lo cortaba, entre risas descabelladas y coronados llantos, deprime el viento perfumado de aquel día primero de diamantes, entre disculpar esto, mis frases hechas de antaño, revolviéndonos pasabas del desequilibrar al equilibrio, esta revolución que habíamos tejido, tras la infrecuencia fue que llamamos a la cordura, pero dije silencio y pensé hacer un regalarte de pétalos, te hice caer desde el cielo cuando hurtamos, una punta le cortaste, sin conocimiento te quedaste mi tesoro, diluidos pensábamos que era todo, o había sido, es mejor aclarar, una broma, desocupados los papeles, dije basta de seguir representando aquel drama descubierto en caída libre, después de todo, podríamos haber tardado en descubrirnos siendo huérfanos, en serio, creí que te oponías a establecernos inimaginados una vez ocurrido el trágico episodio, pero nos pareció burlarse hasta éste, mi cofre, dijiste claramente entender, te vi razón, luego pretender, hasta que recordé el principio en el pasar inadvertido luego de un martes, riendo de tus estadías en escenas, libre de creer ya casi nada de la medida exacta entre el jugar a que jugábamos, para sentirme importante de este importarse, o importarme, un buen comportamiento ante el maestro, estábamos tramados en mis respetadas, nuestras redes, y podríamos, por qué no, circular como delincuentes declarados por nuestras psiquis heredadas, por nuestros encarnecidos, historia tragicómica actuada por debilidades nuestras, mía, tuya, nosotros, digo, disculpando aquel inconsciente oculto, ocultando me perdí, dormiré sobre las siempre vivas muertas, amarillas de tiempo, actualizando este primer episodio del acto en palabras, imagen imaginaria del medio, en que limitados sometíamos a confusión, generalmente, por ese placer incontrolable de soñarnos inapelablemente incongruentes, como causa única de un mal reflejo, con tamaño desmedido de creer en el hacer, modo único de salvarse, difícil comienzo, la elección de sentirse libres en la habitualidad de vivirse, por estarnos éstos, los dispersos sin generación, y vendrías diciéndome de aquella otra mirada que bailaba nostálgica ese tango, repitiendo repetías otra nueva, jugando entre bailes, balanceando sobre una cuerda los ojos enrojecidos del asombro, detenido todo en contemplarte sediento, una época de musas infértiles te atrapaba por esas ganas, desquiciado corrompías los vestidos que dejaron entrever un pasado dolorido, entre aullarle a las estrellas en reuniones de intelecto, y aullábamos, porque no había luna en esa partícula de tiempo, entre dormirse palideciendo, ya se perdieron todas las voces, entonces jugaba desde la oposición, luciendo descubierta, entreabierta, declarando aquel entregarse y era el placer de ausente el que me detuvo en el soporte estúpida, pegada en el acto, una eternidad, lo acontecido en este tiempo equilibraba un hundir y ascender en plásticas arterias, el veneno de la época, apoca desplazarnos en el espectro cotidiano, torpe navío pesado, sobre ondas olas de la espera, tuya o nuestra, naufragarse en un suspiro.



1 comment:

BELMAR said...

24.06.2006 - 24.06.2007

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